Bienal
de Arquitectura 2017: Cuándo la saturación de imágenes digitales se hace
insoportable se oculta lo Impostergable y estamos frente a lo impresentable.
Para escribir esta nota sobre la 40° Bienal
de Arquitectura del Colegio de Arquitectos de Chile, me di a la tarea de
averiguar qué es lo que socialmente se entiende por curador y por consiguiente
por curatoría, ya a mi entender allí radica el centro de mi critica al tan apreciado
evento, la fiesta de los arquitectos/as. Curador es una traducción del vocablo inglés
“curator” y nuestra RAE no considera una definición por lo tanto busque otras
fuentes.
Algunos dicen de los curadores, son el “comisariado
artístico” un profesional capacitado en los saberes que posibilitan la
exposición valoración y manejo de bienes artísticos y cuya misión sería “Servir
al bien público contribuyendo a la promoción del aprendizaje, la investigación,
el diálogo, y haciendo que la profundidad y amplitud de los conocimientos
humanos se pongan a disposición del público.
Lo primero que llama la atención al ingresar
al salón de ingreso al recinto donde se desarrolló la bienal es la presencia
protagonista del equipo curador con una pantalla para cada uno/a.
No creo que la actividad curatorial deba ser
anónima, pero definitivamente ellos han sido contratados para otorgar un
servicio donde lo más importante es que se cumpla el objetivo de poner a
disposición del público una adecuada selección de contenidos pertinentes con
los propósitos del evento y no ser una plataforma de promoción personal.
Respecto a los contenidos, cuando se intenta
mostrar todo se termina no mostrando nada, la acción curatorial debe ser
precisamente la adecuada selección de contenidos y nos encontramos con un
exceso de contenidos inexequibles por cuanto por cantidad y soporte de exposición
saturaban al espectador.
Si hay una imagen que caracteriza nuestro
tiempo actual, es la de personas portando una pantalla y mirando allí los más
diversos contenidos en un acto enteramente individual esto ya tiene nombre “esclavos
del móvil” o “nomofobia” como el miedo a no estar conectados. Unos más otros
menos crecientemente todos estamos en alguna red en la que se comparten
contenidos multimedia. De que la pantalla es el medio más actual no es algo que
podamos poner en duda, pero lo que si definitivamente sostengo es que la
pantalla como EL medio de comunicación de contenidos de la bienal NO fue el más
adecuado. No las conté todas (me canse) pero fácilmente llegaban a doscientas
pantallas compitiendo unas con otras por captar la atención de quienes sin
tener una brújula que guiara la mirada nos sentíamos navegando en un océano menos
amable que la WEB, porque en ella podemos definir nuestros criterios de búsqueda
y en la bienal estaba todo expuesto, donde la jerarquización de los contenidos
estaba dada por el tamaño las pantallas desde minúsculos celulares pasando por
tabletas, y llegando a televisores -que dicho sea de paso no siempre estaban
encendidas-.
El medio transformado, en fin. Una bienal
tremendamente cara para un colegio en serios aprietos económicos.
Lo
bueno: aquello que no eran pantallas, los
diálogos y presentaciones, las excelentes fotografías expuestas y por cierto la presentación del premio nacional de arquitectura Edward
Rojas.
Cuándo
la saturación de imágenes digitales se hace insoportable se oculta lo
Impostergable y estamos frente a lo impresentable.
Esta bienal ha sido un penoso desencuentro
entre una muestra rica en masiva concurrencia de personas con ideas y proyectos
(quienes pusieron los contenidos) y personas en busca de ideas (todo el público
que la visitó), miles de horas de trabajo y creación que desaparecieron en el
efímero pasar de imágenes sonidos y textos en más de 200 pantallas que competían
por captar la atención de un público que no sabía dónde detenerse.
Habría que tener curadores que eligieran a
los curadores
Rodolfo Jiménez, Arquitecto